El 25 de Mayo de 1810, mientras en Buenos Aires se formaba la Primera Junta. En Córdoba el clima era otro: de desconfianza, silencio tenso y resistencia. Lejos de vivar la revolución, las élites cordobesas —fieles al viejo orden— vieron aquel día como el inicio de una amenaza.
La Revolución de Mayo no fue uniforme ni celebrada en todo el virreinato. Córdoba, corazón geográfico y estratégico del Alto Perú, fue uno de los focos más claros de reacción conservadora. Y ese rechazo tuvo nombre propio: el obispo Rodrigo de Orellana, el coronel Allende y el mismísimo exvirrey Santiago de Liniers, quien se negó a reconocer a la Junta surgida en Buenos Aires.
Córdoba en 1810: más clero que cabildo
La Córdoba de entonces no era aún el bastión liberal que construiría la Reforma Universitaria un siglo después. Era una ciudad dominada por el pensamiento jesuítico, clerical, universitario, pero profundamente monárquico. La figura del rey Fernando VII, aunque cautivo en Europa, seguía siendo sagrada. Por eso, la noticia llegada desde Buenos Aires cayó como herejía.
“Lo de Mayo fue visto aquí como un acto precipitado, irreverente, casi sedicioso”, explica el historiador Gregorio Astesiano. “Para la Córdoba oficial, Buenos Aires se había levantado contra el rey”.
La contrarrevolución que partió desde aquí
Apenas conocida la noticia de la Junta, Liniers —en ese entonces retirado en Alta Gracia— se puso en movimiento. Junto a Orellana y al gobernador Juan Gutiérrez de la Concha organizaron una contrarrevolución armada, con la idea de marchar sobre Buenos Aires y restaurar la autoridad virreinal.
No llegaron lejos. La Junta envió un destacamento bajo el mando de Ortiz de Ocampo. Y aunque en principio se le ordenó llevar presos a Buenos Aires a los cabecillas, una contraorden desde la capital exigió algo más drástico: el fusilamiento inmediato de los conspiradores.
El pelotón que ejecutó a Liniers y sus aliados en Cabeza de Tigre, en agosto de 1810, marcó el momento más trágico y simbólico de esta primera etapa revolucionaria. La revolución no se consolidaba solo con ideas: necesitaba imponerse también con la espada.
Córdoba después de la tormenta
La ejecución de Liniers fue recibida con horror por sectores de la sociedad cordobesa, pero también funcionó como un punto de inflexión. La ciudad, lentamente, fue reconfigurando su lugar dentro del proceso revolucionario. El paso de figuras como Juan José Castelli, Belgrano y San Martín por tierras cordobesas sembró nuevas ideas.
Décadas más tarde, Córdoba ya no sería la ciudad de Liniers, sino la de Vélez Sarsfield, Sarmiento y la Reforma. Pero en 1810, Córdoba fue, más que revolucionaria, una ciudad atrapada entre el pasado y el futuro.
Reflexión final
El 25 de Mayo fue en Córdoba una fecha incómoda. No hubo cabildo abierto ni gritos en la plaza. Hubo temor, conspiración y sangre. Pero también, como toda sacudida histórica, fue el inicio de una larga transformación. Hoy, a más de 200 años, vale la pena recordar que la revolución también se hace en la disidencia, en los bordes y en las resistencias.
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