Por Redacción Política.
El 12 de junio de 1974, la historia argentina vivió una de sus jornadas más significativas. Ese mediodía, el presidente Juan Domingo Perón se dirigió al país a través de una cadena nacional de radio y televisión, en lo que sería su último discurso antes de su fallecimiento. Sus palabras, cargadas de gravedad y reflexión, marcaron el pulso de una época signada por la conflictividad social y la incertidumbre política.
“Ya pasaron los días de exclamar ‘¡la vida por Perón!’. Vivimos momentos en que es indispensable demostrar en hechos sinceros y fehacientes, que estamos dispuestos a servir al objetivo común de todos los argentinos, realizado en paz con un trabajo honrado y permanente, a la vez que neutralizando la acción de los enemigos de la Patria, de afuera o de adentro, empeñados en impedir su reconstrucción y su liberación...”, expresó Perón, en un mensaje que buscaba dejar atrás los tiempos de consignas y gestos grandilocuentes, para abrazar la responsabilidad colectiva y la reconstrucción nacional.
Impacto inmediato y movilización popular
La profundidad de sus palabras no tardó en resonar en los sectores populares y sindicales. La Confederación General del Trabajo (CGT), históricamente alineada con el líder justicialista, sintió el llamado y, en un acto reflejo, organizó una masiva movilización hacia la Plaza de Mayo. Miles de trabajadores y simpatizantes se congregaron espontáneamente frente a la Casa Rosada, en una muestra de apoyo y compromiso con el mensaje presidencial.
Impulsado por la multitud, Perón salió al histórico balcón para saludar a su pueblo y pronunciar, ya entrada la tarde, el último discurso público de su vida. Fue un momento de profunda emoción y simbolismo, en el que el viejo líder, visiblemente debilitado, reiteró su pedido de unidad, paz y esfuerzo conjunto para superar los desafíos que enfrentaba la Argentina de entonces.
Un legado de unidad frente a la adversidad
El último mensaje de Perón no solo fue un llamado a la acción concreta, sino también una advertencia sobre las fuerzas internas y externas que, según él, amenazaban el progreso y la estabilidad del país. Su exhortación a neutralizar a los “enemigos de la Patria” reflejaba la preocupación por la creciente polarización y la violencia política que marcaban el clima social de la época.
A menos de un mes de su muerte, Perón dejó así un legado de responsabilidad y esperanza, instando a todos los argentinos a trabajar por la paz y la reconstrucción nacional, más allá de banderías y consignas. Su último discurso sigue siendo, medio siglo después, un documento clave para comprender los desafíos y las tensiones de la Argentina contemporánea.
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