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Cristina condenada: el fin de una era y el espejo roto del poder



Por Gustavo Restivo

La Corte Suprema de Justicia firmó hoy una de las páginas más significativas —y quizás más dolorosas— de la historia democrática argentina: la confirmación, por unanimidad, de la condena a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Con este fallo, se sella no solo un proceso judicial, sino también el ciclo político de una de las figuras más influyentes y controversiales del país en los últimos veinte años.

El caso Vialidad, con sus cifras multimillonarias, sus vínculos oscuros entre el poder y el empresariado afín, y sus extensos expedientes judiciales, ya era símbolo de la degradación institucional en tiempos del kirchnerismo. Pero ahora, la decisión de los jueces Rosatti, Rosenkrantz y Lorenzetti convierte ese símbolo en sentencia: hubo delito, hubo fraude, hubo perjuicio deliberado contra el Estado. Y Cristina Kirchner fue la principal responsable.

Este no es un fallo cualquiera. Por primera vez desde el retorno de la democracia, una ex jefa de Estado recibe una condena firme por corrupción. No es un hito menor. Habrá quienes celebren la noticia como una muestra de que la justicia, aunque lenta, puede llegar. Y también habrá —ya los hay— quienes la interpreten como parte de una estrategia de persecución política, un "lawfare" que pretende disciplinar a quienes desafiaron los intereses del establishment. Cristina, fiel a su estilo, eligió esta última lectura.

Sin embargo, el alegato de persecución pierde fuerza cuando se repasa el largo y minucioso recorrido judicial que ha tenido esta causa. Hubo garantías, hubo instancias de apelación, hubo derechos respetados. No fue un juicio sumario ni una maniobra exprés. Fue un proceso judicial complejo, acompañado de pruebas, auditorías y testimonios. Lo que termina hoy es la posibilidad de seguir ocultando los desvíos de poder bajo el manto del relato político.

Cristina no irá a una cárcel común. Su edad y su estatus le garantizan el arresto domiciliario, pero la prisión simbólica ya se ha concretado. La inhabilitación perpetua cierra cualquier aspiración electoral, truncando su anunciada candidatura a diputada bonaerense. Para el peronismo, y especialmente para el kirchnerismo, esto representa un golpe estructural. Se va su figura central, la jefa espiritual de un movimiento que hace años gira en torno a su persona. ¿Quién toma ahora la posta?

La política argentina queda ahora frente a un espejo incómodo. ¿Qué hacemos con nuestros líderes cuando fallan? ¿Cuánto toleramos de ellos en nombre de su historia o su carisma? La condena a Cristina no es solo un veredicto sobre su gestión: es una advertencia a toda la dirigencia de que el poder, tarde o temprano, rinde cuentas. La pregunta es si, tras esta sentencia, el sistema político argentino podrá regenerarse o si simplemente buscará un nuevo mito al cual aferrarse.

Cristina Fernández viuda de Kirchner ya no será candidata. Pero su legado —dividido entre admiración fervorosa y repudio visceral— seguirá marcando la agenda pública. La historia, como siempre, tardará en absolver o condenar definitivamente. Pero la Justicia, esta vez, habló con claridad.



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