La relación entre el cristianismo y la política ha sido objeto de debate desde los primeros siglos de la Iglesia. Mientras algunos defienden una separación absoluta entre la fe y el gobierno, otros sostienen que los cristianos tienen la obligación moral de participar activamente en la esfera pública. La cuestión central es si la fe cristiana exige una acción política y en caso afirmativo, cuál es la naturaleza de esa participación.
El compromiso social en la tradición cristiana
Desde sus inicios, el cristianismo ha planteado una visión integral del ser humano, donde la dimensión espiritual no puede desvincularse de la realidad social. En el Evangelio según San Mateo (22:21), Jesús afirma: "Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios". Esta frase ha sido interpretada de diversas maneras, pero lejos de significar una indiferencia política, sugiere que el cristiano tiene responsabilidades tanto en la ciudad terrenal como en lo celestial.
Santo Tomás de Aquino, en su "Summa Theologica", argumenta que la política es una extensión de la moral, ya que el bien común es un fin intrínseco de la sociedad. Si el cristiano busca el bien en su vida personal, también debe procurar que la organización de la sociedad refleje principios de justicia y caridad.
El cristiano como agente de transformación social
La Doctrina Social de la Iglesia ha insistido en que la participación política no solo es un derecho, sino un deber moral. Documentos como "Gaudium et Spes" del Concilio Vaticano II recalcan la necesidad de que los laicos se comprometan en la construcción de sociedades más justas. En un mundo donde la corrupción, la desigualdad y la violencia son moneda corriente, la indiferencia política equivale a una complicidad con la injusticia.
San Agustín, en "La Ciudad de Dios", plantea una dicotomía entre la ciudad terrenal y la ciudad celestial, pero deja claro que la primera no puede abandonarse a su suerte. Los cristianos, como ciudadanos de ambas, tienen la misión de llevar los valores del Evangelio al ámbito público.
Los riesgos de la indiferencia
La historia demuestra que cuando los cristianos se han retirado de la política, los vacíos de poder han sido ocupados por ideologías que a menudo han atentado contra la dignidad humana. Desde regímenes totalitarios hasta la imposición de valores contrarios a la ética cristiana, la ausencia de creyentes en la arena política ha tenido consecuencias devastadoras.
No participar en la política equivale a dejar que otros decidan sobre cuestiones fundamentales como la libertad religiosa, la educación, la protección de la vida y la justicia social. En este sentido, la inacción no es neutralidad, sino una omisión de la responsabilidad cristiana.
Conclusión
Lejos de ser opcional, la participación política es una obligación para el cristiano comprometido con la justicia y la verdad. Si la fe no se traduce en una acción concreta en la sociedad, corre el riesgo de convertirse en un ejercicio puramente individualista y estéril. Como enseña el Evangelio, "vosotros sois la sal de la tierra" (Mateo 5:13); una sal que, si pierde su sabor, no sirve para nada.
El cristiano está llamado a iluminar el mundo, y esto solo es posible si se involucra activamente en la política, entendida no como un juego de intereses, sino como un servicio al prójimo y a la verdad.
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