Por Gustavo Restivo
Si la violencia es el único lenguaje que alguien conoce, no podemos esperar que nos proponga un mundo mejor. La política debería ser el espacio donde las ideas se debaten con argumentos, no con golpes ni insultos. Sin embargo, los últimos hechos ocurridos en el Congreso de la Nación reflejan algo preocupante: quienes dicen venir a cambiar el país solo han mostrado agresión y descontrol.
La Libertad Avanza, el espacio que gobierna la Argentina, ha quedado envuelto en episodios de violencia dentro del propio recinto legislativo. Los recientes hechos de violencia en el Congreso de la Nación exponen una cruda realidad: cuando no hay ideas claras, la violencia se convierte en el único argumento.
Recuerdan un viejo patrón de la historia: cuando no hay liderazgo, cuando no hay ideas, se recurre al espectáculo para distraer al pueblo. Esta estrategia no es nueva, en la Roma del siglo II a.C., los políticos entendieron que, para mantenerse en el poder sin rendir cuentas, bastaba con ofrecer panem et circenses, es decir, "Pan y Circo".
Así, mientras el pueblo estaba ocupado con espectáculos en el circo, olvidaba su derecho y deber de participar en la política con espíritu crítico. Juvenal, el poeta latino que acuñó esta frase, lo decía con desprecio: la sociedad romana se había vuelto complaciente, satisfecha con migajas mientras los poderosos gobernaban sin resistencia.
Más de dos mil años después, vemos el mismo principio en acción. En lugar de un debate serio sobre los problemas del país, el Congreso se ha convertido en un ring de boxeo. Diputados a los golpes, insultos cruzados y también un vaso de agua volando por el aire.
La violencia política no es nueva en la historia argentina, pero lo que resulta alarmante es la naturalización del insulto y la agresión como herramienta de debate. Un gobierno que llegó con la promesa de terminar con la casta, hoy reproduce las peores prácticas del poder: la prepotencia, la descalificación y la falta de respeto. ¿Cómo podemos esperar soluciones de quienes no pueden controlar ni su propio temperamento?
Desde una mirada sociológica, lo que está ocurriendo en el Congreso es una radiografía de un fenómeno más grande: cuando el poder se construye sobre la base del conflicto permanente, la implosión es inevitable. El problema no es solo la violencia en sí misma, sino lo que simboliza: un gobierno que llegó con la promesa de "terminar con la casta" pero que, en la práctica, solo ha demostrado desorden y falta de conducción.
Un mundo mejor no puede construirse desde el odio. Si quienes tienen el poder solo siembran violencia, la cosecha no puede ser otra que el caos. Argentina no necesita más gritos ni peleas. Necesita líderes capaces de debatir con ideas y no con los puños.
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